Adiós Giant TCR
Y es que Ironbolly ha decidido jubilar su bici para afrontar con mejores posibilidades -o al menos material- su Ironman de Lanzarote 2017. Y aunque lo entiendo, y me alegro por su nueva bici y perspectivas, no puedo evitar mirar a la nueva como una intrusa, como la tercera (o cuarta) en una relación consolidada ya de muchos años. Ni sus colores chillones ni su aerodinamismo made in grafeno me convencen. Yo sigo fiel al pesado aluminio de la Giant ‘original’ y a sus defectos de bici de calidad media. A su aspecto de bici retro que en las competiciones la hacía parecer un poco fuera de lugar, como de patio de colegio o de globero ya retirado.
Con la Giant TCR hizo sus primeras salidas ‘pro’, con ella probó de verdad lo incómodo que es pedalear en una bici de carretera y con ella creímos por primera vez que Lanzarote iba a ser una realidad. Comprarla fue un proceso largo, lleno de dudas y de remordimientos. “¿Cómo me voy a gastar esto en una bici?”, me peguntaba en cada una de los dos millones de tiendas que visitamos antes de decidirse por la TCR. En ese momento, nuestro particular peregrinaje ciclista por todas las tiendas de bicis de Madrid y alrededores me pareció una pequeña tortura, pero ver su carita de ilusión cuando la metió (no sin trabajo) en el diminuto ascensor de nuestro edificio lo compensó todo (al menos hasta que me pidió colocarla encima de la cama de la habitación pequeña por si se caía que no le pasase nada. Mi ilusión se esfumo en cuestión de nanosegundos, ni Gómez Noya en los mundiales va tan rápido como yo negando con la cabeza y poniendo cara de ni te atrevas a pensarlo).
Pero todo eso fue hace ya tres años, y esta semana me tocó a mi meterla en el mismo diminuto ascensor por última vez. Una colorida y novísima Propel ya había ocupado su lugar y la Giant TCR tenía que irse con una ‘nueva familia’. Y aunque jamás me lo hubiese imaginado, una lagrimilla se me cayó cuando la saqué de casa por última vez. Su venta ha sido para mi el fin de una era, el adiós a los inicios de una aventura que poco a poco se profesionaliza, pero de la que la TCR fue casi el pistolezato de salida. Ni siquiera era mi bici, solo la utilicé unas cuantas veces en el rodillo, pero simbolizaba para mi sorpresa mucho más de lo que creía.
Pese a odiar tenerla todo el día por el medio por nuestra casa, ahora que no está la echo de menos. Y aunque no llego a ver sus fotos con añoranza mientras escucho canciones sobre el desamor y como toneladas de helado, estos días estoy superando el duelo mientras me acostumbro a ver a la ‘nueva’ campando por casa. La nueva sonrisa de ilusión de Ironbolly (y que no deje de decir “vaya bicho que llevo”) vuelve a ayudar pero… ¿Alguna vez dejaré de verla como la otra? Lo haga no, tengo claro que la TCR siempre será mi primer e inolvidable ‘amor’. ¡Espero que, estés donde estés, tengas una segunda estupenda vida!